viernes, 28 de septiembre de 2007

Azul, mi pequeña Azul.


La mariposa se suicida otra vez, revolotea y se estrella contra la verdad, pierde la razón pero no la vida, desmenuza su alma pero ella aún sigue respirando suavemente, temblando en su mundo azul, frío, desolado. Incapaz ya de pronunciar alguna palabra, la pobre niña mariposa se retuerce y sus alas quebradas apenas se agitan en un infinito abismo de lágrimas que queman como el fuego sagrado de la realidad. Humana pero inconcebible la pequeña no reacciona, está sumergida en un mundo aparte, arrastrándose por éstas tierras infértiles pero sumida en un prolongado sueño imaginario. Nada más queda por decir, nada más queda por expresar. Perdida en su mundo, perdida y nada más. Poco y nada se obtiene, ya no queda más nada, jamás hubo algo, solo existió el deseo y la desazón mordiéndose continuamente en una batalla absurda e irreparable. Duerme pequeña dama, descansa preciosa mariposa azul, no abras esos ojos desorbitados de tanta miseria, quédate donde estás, en ese rincón oscuro y delicioso, que has construido con tu locura y tu razón. Adiós pequeño ser dulce y etéreo, bondadoso y descabellado, no perteneces y jamás pertenecerás. Únete por siempre a las sombras de la mente y del alma y no te atrevas a huir jamás, ese es tu lugar Azul.
Ése es nuestro frágil paraíso Azul, amada mía, juega y diviértete, bella morbosa, en mi angustiada alma.

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