El frío se había instalado en mis huesos esa noche, era una de las noches más frías de junio, estoy acostumbrada a caminar sola bajo el océano infinito. Estoy dispuesta a mantenerme firme en mis absurdas convicciones y a no ceder ante ningún haz de luz que me reflejara. Creo que sostener una afirmación es lo único que se necesitaba para asegurar la estabilidad. Me decía y aún me repito, mecánicamente, una y otra vez: "Me gusta estar sola, mi destino es estar sola, quiero estar sola". Una formulita patética y ridícula. Una mentira para mi, conformemente aceptada. Una trivialidad que nació de un capricho. Siempre soñando con tener una casita llena de plantas y animales, viviendo como una vieja solterona y ermitaña.Así andaba yo, caminando en las noches oscuras y frías, tranquila, sintiéndome extrañamente protegida por mis frases autocomplacientes. Siempre resguardándome en mi soledad, protegiendo mi corazón.
Nada tan extraño como la vida misma, llena de misterios y realidades imprevisibles que aceptamos tranquilamente terminando por sorprendernos. Existir entre tanta realidad incoherente me desafía, he crecido en busca de la verdad cuando muchas veces he recurrido a la mentira para sobrevivir, he caminado en busca de pureza y me he perdido una y otra vez en caminos lleno de perversión y depravación. Soy esa clase de gente que lo quiere todo o no quiere nada. Deseo con un fervor intenso, desaforado, pero si advierto un pequeño detalle que pueda entorpecer mi camino, me detengo, frustrada. Miro a la gente firme a los ojos, pero en el fondo tengo miedo y quiero huir de ellos. Me río todo el tiempo, como desencantada del mundo y por dentro me retuerzo en mi propia angustia. Me siento feliz ante las cosas más sencillas, así como las cosas más ostentosas. Me desaliento cuando me dicen que no y me quedo callada, sin inmutarme. Me sobreviene una desazón inmensa cuando me siento ajena y me convenzo de que hundirme en mi abismo es una interesante alternativa.
Así soy yo, fría, tierna, obstinada, paciente, ilógica, coherente. Convergen en mí, cientos de sentimientos que se contraponen en todo momento, como si los antónimos de la vida hubieran deseado fusionarse dentro de una sola persona, abriéndola por dentro, ensanchando su espíritu de tal forma que luego explotara en momentos de locura e idiotez.
Convencida y siempre discutiéndolo, creo que es mejor dedicarse al abismo personal que al delirio colectivo. Prefiero hundirme en mis propios laberintos que perderme entre las masas desaforadas de la humanidad.
He nacido en el corazón de un estrepitoso infierno y me he ido desenvolviendo con una inusitada paz, un especie de tranquilidad intangible, casi imperceptible, incluso para mi misma. Me he vestido de todos los colores y he presenciado miles de figuras, pero en el fondo nada me ha convencido, no he podido encontrar una lógica a todas estas realidades y certezas. No creo en nada, he visto y oído, he probado y he sido parte, pero nada en éste mundo, en éste hueco austero de vida, me ha conformado, me ha saciado. Producto de seres indeseables, yo mismo soy un producto detestable e inservible, un rapto de ingenuidad y desinterés, una voz perenne que reclama alguna verdad capaz de cruzar las murallas de mi ascetismo.
Hayo solo reposo en la posible muerte, en la posible soledad de una noche alejada de respiraciones, un tema penetrante que se introduzca en mis venas y ponga a vibrar mis sentidos, un alimento exquisito que me regocije la boca. Remedios infalibles para mi gusto.
Es verdad que jamás tuve iniciativa en buscar alguna razón en concreto, me sentí desahuciada desde el primer momento que vi luz, una luz que me lastimó los ojos y me rechazó con su primer contacto. Pasé por la vida, corriendo, tratando de librarme del mundo, pero el tiempo me atrapó y me derritió las carnes y ahora de vieja estoy donde he comenzado, en donde la luz me rechazó por primera vez, en donde la vida me dio una bocanada de aliento sin mi previo consentimiento.
Un rostro aún más estropeado que el de mi juventud se me presenta, inquieto y con cierto aire de burla, se autoanaliza y no descubre absolutamente nada, me he dejado estar, corrí con prisa, queriendo escapar, y fui presa fácil de un tiempo riguroso e implacable. Ahora por las noches sueño con volver atrás y renovarme por completo, vuelvo y soy otra, una joven más fresca, dispuesta a vivir. Puedo engañarme, lo sé, pero solo tengo sueños para abrazar y yo me refugio en ellos, los sueños son y han sido para mi, mi único escape de ésta incompresible vida.
Jamás llegué a ningún punto, no puedo terminar de cuestionarme ninguna pregunta, no puedo aceptar y no puedo mentirme. La vida, tal como es, se me presenta, totalmente incoherente, inaceptable, estúpida. ¡Pero a quien engaño! Soy parte de ésta miserable agonía.
Y cómo un alma ajena, pero indequinablemente perteneciente, sigo mi camino, sin saber precisamente qué conforma un camino, sin conocer inteligente cómo se forma un camino. Solo me muevo, ahora un poco más lento, para que las arrugas no surquen con obsesionada adoración mi grotesco rostro.
Imprecisa pero inalterable doy pasito tras pasito, sin conmoverme, sin reflexionar, sin agotarme, sin desequilibrarme, sin excederme, sin lastimarme. Es posible que en mi andar muchas veces mi propio desvarío me condujera a caminos mucho más espesos y refulgentes que el aceite en ebullición. Es posible que muchas veces me retirara de mi tranquilo pasear, para probar nuevas y detestables formas de placer. Y mientras el aceite me laceraba la piel, los caníbales esperaban para devorarme con sus sucios dientes de impúdica lujuria. Volví, herida y lagrimeando pecados inconsolables, revolviendo en mi cuerpo buscando un poco de pureza aun intacta. Y hasta mi alma, encontré, desconsolada de tanta bajeza.
Y seguí, con la cabeza caída, los ojos húmedos y el espíritu afligido.
Sí, hay una parte de mi que, humana o no, conoce de debilidades. El perdón no llegará jamás, el perdón proviene del fondo de mi abismo y el fondo de mi abismo no está dispuesto a otorgármelo. Pero el camino es amplio y llenos de curvas, los ojos de mi razón saben marcarme cuales rutas no he de pisar jamás y cuales senderos nuevos e inesperados contemplan ser más despejados y solitarios. Cargada de culpas, de penas, de dudas y de enfermedades continuo el ritmo apacible. Se que un paso sumado a otro paso solo me conduce hasta el dulce e ineluctable altar de la muerte ¿Más quién puede detenerse en el camino burlándose de la dama más ambiciosa del universo? Es cierto que también soy parte de una belleza que me rodea, de la que quizás no pueda formar parte, pero si puedo rendirle culto y pueda extasiarme. Música, arte, literatura, naturalezas salvajes, cientos de expresiones de mentes perfectas y corazones ávidos. También durante éste recorrido largo y angustiante que tuve que efectuar, sin mi completo consentimiento, conocí mucha gente: gente mala que me crucificó sin contemplación y gente buena que me enseñó el embriagante efecto de estar en buena compañía.
Y fue esa noche tan fría de junio cuando lo conocí.
Lo esperé al pie de unas escaleras de concreto, conteniendo el aire para no ser parte del tajante puñal del frío. Sumamente relajada, reojeaba la hora en mi celular. Miraba hacia todos lados en busca de alguna señal, pero solo cuando giré mi cabeza hacia la izquierda, pude contemplar una delgada y larga silueta negra que parecía venir directamente hacia mí. Las luces de la plaza, eran tenues, y nuestros rostros se contemplaron normalmente. Cruzamos un saludo formal y comenzamos a hablar de cotidianeidades, nos pusimos al tanto de una parte de nuestras vidas y nos fuimos a comer a un lugar un poco más tibio. Hubo un misterioso pero patente feeling entre nosotros, sobretodo en cuestiones musicales. Me acompañó a la parada del colectivo y nos despedimos normalmente. Mantuvimos un fluido contacto por mensajes de textos y a los pocos días nos vimos. Luego un breve día o dos y volvimos a vernos, nos vimos ese día, el otro y el siguiente. Compartimos gratos momentos íntimos con soberbia música, maquillajes oscuros, fotos, y perfumados té de manzanas.
Quizás un poco ingenua, quizás un poco glacial, no pude ver lo que antes mis ojos se iba erigiendo. Quizás por el breve tiempo, quizás simplemente por incredulidad. Yo entumecida en mis preceptos de auto preservación y resguardo. Y él, quizás, soñando, con alguna nueva forma de liberación y sueños desenjaulados. Con cuidadosa cautela recibí su confesión. Podría ser verdad o podría ser otro de mis sueños prohibidos. Pero no estaba soñando, si no era un sueño, sería entonces algun tipo de error. Todo parecía normal, pero lo normal nunca ha sido parte de mi vida. Lo cierto es que quizás no pude devolverle cuánto cariño él me profesara esa noche. Sí, existe, en mi interior, un sentimiento de profundo afecto, que nació y fue creciendo desde aquella noche fría de junio en que nos conocimos; pero me sentí aturdida al ser despojada de mis convicciones: todo lo que yo pensaba que la vida me había negado, ahora se me ofrecía de una manera muy abierta, y jamás he confiado en esas gestos tan gentiles de una caritativa y misteriosa providencia.
Yo le di a entender mi forma de pensar; y todo lo que yo pienso son producto de lo que he ido recogiendo en los duros caminos y asimilado como lecciones inalterables, le hablé de mi pasado y me escudé en eso, quizás también, por miedo a volver a probar un nuevo licor, de ardiente tentación, pero de posible y conocido amargo sabor. Todo pasó tan rápido que soy incapaz de unir el lazo de éste pequeño tiempo transcurrido; me parece una eternidad cuando se me presenta, reveladora y cargada de sorpresas inesperadas. Soy incapaz de dar un salto tan alto, pues no lo ansío. Me creo incompetente para ser parte de un juego tan común.
Claras y sólidas fueron mis palabras: "Seamos amigos". Me aseguró haberlas aceptado, pero ninguno de los dos nos convencimos de ésto.
Amigos no es una palabra cualquiera para mí, no tengo cientos de amigos, ni pretendo tenerlos. La palabra amistad encierra un tesoro incalculable. Es, para mí, otorgar una llave única, capaz de acceder a los secretos más profundos de mi existencia. Es tolerar, aceptar, creer, juzgar, reir, cultivar, adorar, confiar, entregar, cuidar, llorar, alcanzar. Es crear un lazo irrompible que una todas éstas posibilidades en perfecta y estrecha unión.
Increíble y maravilloso fue escuchar una declaración ante mis ojos, con mis propios oídos. Más increíble y más maravilloso es saber que no fue producto de un sueño, un delirio abrupto, o un golpe en la cabeza. Fue real y todo lo que es real me da un poco de miedo. Pero es verdad, me pasó y no podría decir que no sentí un temblor bajo mis pies; no podría asegurar que no se hubiera acelerado mi corazón, humedecido mis ojos, secado mi boca, agarrado mis manos entrecruzando los dedos.
Lo que yo sentí en ese momento fue una sensación clara y transparente, fresca y suave, furiosa y constante como un arroyo en las sierras. Algo natural, salvaje, y bello, muy bello. Las cosas no son distintas ahora, pero ya lo hemos hablado. La decisión fue mía y ya la he tomado. Confiezo que no por sentir menos, en mi caso no necesito decir las cosas, las voy dibujando en el aire y escribiendo alrededor de la persona, con tintas irreales de dulce sumisión.Yo soy así, insondable, caprichosa, contradictoria. Muy pocos pueden entenderme, dudo que alguien lo haga a la perfección. Pero yo me presento así ante el mundo y si encuentro alguna persona que es capaz de atravesar mi profunda oscuridad y advierte una pequeña luz azul, entonces la rodeo con mis brazos y la protejo hasta la muerte.
Me gusta caminar sola por las noches frías; o estar recostada en la cama, mirando el radiador de la estufa, acariciando a mi gata y escuchando el silencio. Estoy acostumbrada a moverme así por el mundo, no pretendo cambiar las cosas, ni pretendo que nadie me cambie. Soy incapaz de hacerle daño intencionalmente a otro ser humano. Estoy embriagada en mis preceptos casi religiosos, estoy convencida de mis estrategias, de mis delirios. No prefiero la soledad, soy un ánfora moldeada rústicamente, llena de agua pura para quien quiera beber y no para quienes quieran sumergirse en ellas. Una mujer cortada en trazos irregulares y perfectos. Humilde y ambiciosa. Putrefacta y dulce. Pura y sumamente pecaminosa. Incansable indagadora de la verdad. Renegando perseverantemente de la vida, pero completamente conforme con su manera de andar por ella.





