viernes, 29 de junio de 2007

Hasta una pequeña sombra proyecta algo de luz.


¿Contradictorio? Por supuesto, toda mi vida es una contradicción, un madeja enloquecida que no quiere ordenarse, que cree fervientemente que no debe tocarse, que debe dejarse como está, que si tratamos de arreglarla lo único que realmente estaríamos haciendo sería desprenderla de su hechizo.

Ah, Ophelia´s dream, que voz, que música, que sonido amable, dulce, frío, errante...

Y existo aquí, precisamente en éste rincón profundo que es mi vida, una encarnación errante de lo absurdo. Una luz que no posee brillo, una sombra que se limita a ser sombra de si misma, un ente vividor de fuerzas ajenas, incapaz de abastecerse por sus propios medios. Un muerto en carne viva, un ojo opaco perdido entre tanto color, un amor unificado y absoluto, un interés irrefrenable por la muerte, una búsqueda absurda de belleza en la oscuridad.

Incapaz de avanzar, bailo entre juegos ilusorios, productos de mi adnegante soledad.

Estoy atrapada, lo sé, yo misma cuento con la llave de éste frío calabozo ¿Tanto podrá gustarme?

Y me quedo, no puedo retroceder, no puedo avanzar, si lo hago solo me engaño. Estoy presa de mi verdad, una verdad tangible y ajena a cualquiera que me conozca. Una verdad glutinosa, insulsa. Algo tan indiferente y aburrido para los demás, como trágico y crítico para mi.
Ésta es mi verdad, soy una mujer sola, perdida, sin deseos, sin sueños, sin motivaciones, sin objetivos, sin fe, que aun respira pero en el fondo hace mucho tiempo que ya no lo desea.

viernes, 22 de junio de 2007

La sombra de la luz

"A veces parece todo tan oscuro
que te quedas inmóvil en el camino.
Y te olvidas que en la oscuridad
reina otra clase de belleza.
Aprovecha ésta oportunidad".

jueves, 21 de junio de 2007

Si hubiera un mañana




Puedes creer que no hay un mañana,
puede que tengas razón.
La muerte está a un paso en cualquier dirección,
no hay futro digno que esperar.

En mis ojos puedes ver el cansancio de vivir,
recordando que el final, se acerca cada vez más.

Estribillo

Ayer fue muy feo, pero hoy está peor.
Si hubiera un mañana, ¿sería el final?
Pasado enterrado, el presente nació,
futuro ignorado, me cago en el hoy.

Los ingenuos prefieren no ver
lo que pasa en realidad,
soportando los caprichos
de los que tienen poder.

Sometidos el dolor, la miseria y el temor.
La muerte está a un paso en cualquier dirección;
No hay futuro digno de esperar.

Estribillo

Ayer fue muy feo, pero hoy está peor.
Si hubiera un mañana, ¿sería el final?
Pasado enterrado, el presente nació,
futuro ignorado, me cago en el hoy.

Puedes creer que no hay un mañana…
Puede que tengas razón.

martes, 19 de junio de 2007

Paisaje nocturno.




Hojas otoñales soberbiamente secas, rodeando mi silencioso caminar, amortiguando mis pasos de rey sin corona. Muerte. Falta de vida.
Relámpagos mortuorios en una noche demasiado confusa, fría. Obsecuentemente desparramadas (las hojas) por la cruel garra del destino, en un mugriento suelo, en donde yacen sueños rotos de mucha gente. Cráneos de guerreros, que alguna vez estuvieron recubiertos de tejidos vitales y sangre.
Depresivo paisaje nocturno, me encontró con algunas neuronas adormecidas momentáneamente, por el efecto obviamente alcohólico de un vino rasposo, pero con la conciencia lo suficientemente clara como para recibir su putrefacto hedor, la tirana realidad.
Nubes amenazando inescrupulosamente desde lo alto de un decadente cielo de mármol rosado. Sus bramidos se incrustan caprichosos en mis oídos. Irreversible manera de actuar.
Gotas de meada sagrada, inundando las asquerosas calles de esta puta ciudad. Ahogando las pocas esperanzas de muchos. Gente del otro lado de la línea, exhibiendo sus hipócritas muecas teatrales con sus pecaminosos dedos, señalando a los que estamos acá. Su ingenuidad no conoce límites.
Demonios esparcidos por el urbano cementerio (viviente), en donde transitan los muertos bióticos, zombis.
Hojas otoñales, testigos silenciosos de toda la miseria e incertidumbre, de un paraíso perdido. Muerte. Descanso. Refugio, nuestro refugio. Soledad.

Soledad




Puedo ver la reacción en sus rostros, una mueca de repulsión se contrae en sus caras, deformando su aparente perfección. Una similitud entre mi risa ahogada y sus gestos de idiotas.


Una diferencia puede marcarte para siempre. Te aparta de la realidad y te sumerge en un infinito lago frío y azul.


Nadie se atreve a buscarme. Nadie quiere lanzarse hacia mis aguas oscuras por temor a perderse. Algunos solo intentan hallar un reflejo, pero la indiferencia los obligó a retroceder


Ajena a todo, mi yo da vueltas abrazando con fervor la soledad; esa gran masa húmeda, en lo más profundo de mi mente.


A veces asomo mis ojos a la superficie, ya me conocen, me ignoran, me rechazan. Suelto una carcajada inútil, nadie puede escucharme. Y me río desesperada, lo he logrado: soy un fantasma en éste mundo.

lunes, 18 de junio de 2007

Nada es lo que parece ser.

Nada es lo que parece ser,
mi sonrisa no es real,
solo es la mascara que debo usar para ocultar mi odio,
las rosas se muestran hermosas,
pero su belleza esconde sus traicioneras espinas que se clavan en las venas sin piedad alguna.
las drogas son un dulce veneno en el organismo,ayuda a olvidar,
pero se lleva tu vida lentamente y sin aviso,...
la vida se muestra misteriosa,divina,hermosa,
pero es realmente todo eso?
creo que la vida es otro metodo mas para que nos sumerjamos en el abismo.
desearia que todo fuera como antes,cuando aun vivia en mi caja de cristal,nada importaba,no sentia dolor ni pena.....
desearia volver a tener lo que me fue robado cada tarde desde los tres años de vida,
cuando era obligado a ir a esa vieja casa,mis abuelas hablaban y hablaban ,no me prestaban atencion ,total .mi abuelito me estaba"cuidando"
pero en realidad ellas debian cuidarme de el,
protegerme de sus intenciones,
el cada tarde a la hora del te, tocaba mi cuerpo inocente y se robaba cada dia un poko mas de mi alma.
años de abusos,y nadie se daba cuenta de nada,incluso no fui escuchado cuando a gritos ahogados por las lagrimas lo confese.
nadie me escucho,y seguia siendo obligado a morir cada dia un poco mas ,hasta el punto en el que la muerte le llego a mi verdugo...
mostre ante el mundo mis lagrimas en el funeral,
lagrimas que no eran de tristeza,
pero como explicarles que me alegraba de que este muerto,?
como decirles lo que el hacia,y cuanto lo odiaba?
lagrimas...
solo lagrimas que escondian todo lo que sentia...
los años pasaron.... hoy solo soy un ente,
un muerto en vida ,deseando que la muerte fisica llegue.

sábado, 16 de junio de 2007

El vampiro.


Era de noche y había luna llena, imprudentemente había dejado la ventana abierta. Unos aullidos de lobos la despertaron interpestuosamente, y al pie de la cama estaba él. Había jurado que volvería de la muerte a buscarla, que nada ni nadie se podría con ese amor tan fuerte que el sentía. Y así fue, venció a la muerte por ella. Había vuelto… transformado en un vampiro porque tenía algo pendiente: el poder vivir una vida junto a su amada y tener hijos con esta.
Al principio ella dudo en acercarse, la cara que traía tenía un tinte demoníaco, sus colmillos aterradores y su mirada extraviada la asustaron. Cuando él se acerco para tomarla en sus brazos su mirada recuperó la pureza y dulzura de otros tiempos, entonces ya no tuvo miedo, lo abrazó y se besaron desesperadamente, sus bocas se buscaban enloquecidas de pasión. La piel con que había vuelto era extremadamente pálida, a pesar de que en vida había sido de color cobrizo, sus ojos estaban demacrados con unas ojeras negras y sus labios de un morado amorotonado. Esos signos pasaron a ella cuando mordió suavemente su delicado cuello blanco, esto hizo, entonces, que él sintiera más deseos de poseerla.
Corrió la tela negra de seda con encajes de su camisón, y rozó con su mano helada los hombros, la cintura, la respiración se le detuvo al sentir de nuevo que la tocaba. Sus carnes magras e hinchadas apenas, pero hermosas se entrelazaban desesperadas. Ella se estremecía de sentir otra vez los labios de él recorrer su cuerpo entero, podía sentirse mujer nuevamente, entregarse sin pensarlo, en cuerpo y alma, al hombre que amaba, dejarse poseer y poseer al mismo tiempo.
El frío mortuorio que ahora la recorría era agradable y cálido en comparación a la fría monotonía que había empezado a anidar en ella. Para cuando todo había terminado los dos ya eran vampiros. Dicen que se fueron volando de allí a un castillo en un lugar lejano donde no llegan los rayos del sol, ni las mascaras de la hipocresía de la sociedad, y que sus vidas son inmortales al igual que su amor.

Andrómeda

Oscuridad

¿Por qué oscuridad? Porque es una fuente inagotable de placeres cautivos, porque somos parte ineluctable de ésta verdad, tan angustiosa para algunos y tan maravillosa para nosotros. Porque no huimos de la agonía, reconocemos la verdadera naturaleza de nuestro espíritu. Porque es simple la decisión. Porque no pretendemos ser parte de una corriente hipócrita que hace alarde de sus virtudes. Porque a través de la noche apreciamos la verdadera belleza que nos rodea. Porque alabamos al rincón frío y solitario que nos ha tocado, porque somos más fuerte y no pretendemos demostrar lo contrario. Porque sabemos quienes somos y a donde pertenecemos. Porque elegimos nuestro camino y emprendemos nuestro destino. Porque no recurrimos a la luz para sentirnos vivo. Porque aceptamos la muerte y no pretendemos finales felices. Porque no tememos a nuestros adversarios, más ellos temen respirar nuestro aire. Porque somos una angustia contante que reconocemos como propia y no necesitamos desprendernos de ella. Porque no hemos nacido para vivir. Porque estamos muertos y nos alimentamos de la profunda oscuridad de la vida.

Maida

La ronda de los niños muertos.




Es medianoche; y hay luna llena. Han pasado trescientas noches desde la última ronda. Y hoy salen los niños otra vez a jugar a su ronda mágica, fantasmal. Salen de sus nichos marchitos, florecen de sus tumbas decrépitas y olvidadas. El soberbio sol nocturno, con su pálido brillo, alumbra el camposanto.
Allí están los niños, allí están todos: el violado, el enfermo, el estrangulado, el quemado, el maldito, el abandonado… todos muertos.
Todos se reúnen en la gran cruz central del cementerio; rodeándola con su ronda. Giran y giran cantando, pero no son felices. Giran y giran jugando a la inocencia perdida. Son muchos, demasiados; de distintas edades, razas, culturas, estaturas, pero son niños, y eso los hace universales; son niños… y muertos, y eso los hace… ¡¿Qué!?
…¡No sé cómo llegue hasta aquí!, pero aquí estoy, espiándolos detrás de un mausoleo. ¿Pero qué estoy diciendo?, ¿Qué hago yo en un cementerio de noche? Me siento raro, debo estar soñando. Estoy relatando algo, pero yo nunca hablé, ni pensé, ni me expresé así, y es lógico, es lógico. Lo último que recuerdo es… ¡No recuerdo! Pero acá estoy viendo su ronda, su danza macabra debajo de la perla de plata. Siguen corriendo, gritando, cantando. Sus ojos son vacíos, pero llenos a la vez, ¿Llenos de qué?... llenos de nada, llenos de la nada más absoluta nunca imaginada. Una contradicción escalofriante, pero por alguna razón (y por extraño que parezca), no siento miedo.
Es medianoche. De repente, alcanzo a divisar entre las sombras una silueta que se acerca hacia la ronda de los niños por la calle principal que topa con la cruz. Agazapado observo con atención desde mi trinchera, es el cuidador del lugar, que hace su ronda habitual como de costumbre. Es medianoche, y llega hasta los niños. ¡¿Pero qué pasa?! ¿Es sordo y ciego?, ¿No ve a los niños?, ¿No escucha su demencial algarabía? Sigue con su caminata como si nada, como si todo estuviera en absoluta normalidad. Los niños, inmutables en su ronda, tampoco se percatan de él. Ni siquiera le dirigen la mirada.
¡Debo razonar!... ¡ahh! Quizás los vivos no pueden ver, ni oír a los niños muertos, ¡Qué estúpido fui! Debe ser eso… ¡Pero no! Si yo estoy ¡vivo!, ¡¡¡y los veo y los escucho!!! ¿Qué me está pasando? Debe ser una pesadilla estúpida y sin sentido, pero ¿Por qué no despierto? A esta altura estoy un poco asustado. Todo parece tan real.
A veces tengo la sensación de que los niños me miran con complicidad… como sabiendo que estoy escondido espiándolos. Pero debe ser mi imaginación, influenciada por esta atmósfera lúgubre y aterradora… o quizás me estoy volviendo loco. Después de todo qué estoy haciendo yo aquí.
En un sobresalto salgo de mi estupefacción y entro en pánico, ¡Debo salir de aquí, debo irme ya! Salgo de mi trinchera mortuoria gritando, bañado en rayos de luna, y miradas indirectas y vacías… cómplices. Corro gritando como un loco desesperado, hacia las sinuosas rejas que delimitan el cementerio de la ciudad; sin reparar en los niños muertos, ni el cuidador del lugar. Corro sin aliento, y los cincuenta metros que me separan de la salida se hacen eternos.
Quizás fueron unos segundos, pero parecieron toda una vida. Por fin llego hasta las rejas. Son altas, demasiado altas, pero el terror me invita a saltar, y cuando estoy por hacerlo, veo a mi derecha el andar errante del cuidador. Mecánicamente, oriento mi cuerpo hacia él para explicarle que no soy un profanador de tumbas, que soy… ¿Qué soy? Pero pasa a mi lado como si yo fuese un fantasma, sin percatarse de mí.
Es medianoche, aún lo es. Quedo estupefacto por unos míseros segundos, y luego vuelvo en sí. ¡Es mi oportunidad, debo salir ya! No había tiempo para razonar. Salto desesperado hacia la reja, y escalo sus ocho peldaños horizontales y cuando ya siento el triunfote mi odisea dantesca siento una mano en mi hombro derecho. A pesar del terror que calaba en mis huesos, mi mente razonaba lógicamente (a pesar de las huestes de la locura anochecida que la carcomían), y repara en el cuidador.
Resignado me doy vuelta, con el corazón raspando mis labios y ocasionándome náuseas, para aceptar las consecuencias legales (denuncias y miles de etc.). Pero sólo encuentro a un niño muerto, uno de los que estaban en la ronda. ¡Me vieron! Pensé; ¿y ahora qué?
Alunizado, trato de zafarme, pero es inútil. La mano me impulsa hacia abajo, y caigo como plomo sobre el suelo, desde tres metros y medio de altura. ¡Fue un golpazo!, pero no sentí dolor, sino otra sensación desconocida, insoportable.
Cuando mi sentido visual logra aclararse, veo a los niños en ronda, a los niños muertos; y yo en el centro, tirado en el piso. Antes de que pueda atinar a algo, uno de ellos se acerca y me dice_: Tranquilo… tranquilo, nos ha pasado a todos alguna vez. Ahora ya sos uno más de nosotros, ya te explicaremos luego… ya luego entenderás. Por ahora tranquilo, únete a nuestra ronda, que pasarán trescientas noches más antes de volver a festejar. Luego sígueme, hoy puedes dormir en mi cuna… mañana a la tarde, ya tendrás la tuya_ La tuya… la mía…
Es medianoche…. Y hay luna llena…
Al día siguiente… “Noticias breves: un niño de seis años fue brutalmente asesinado anoche, minutos antes de medianoche, según informaron médicos forenses del nosocomio local, tras llevar a cabo la correspondiente necroscopia.
El autor del macabro hecho, sería su padrastro (según informaron fuentes policiales), quien luego de una violenta discusión familiar apuñaló a su pareja (madre del niño) para luego golpear hasta la muerte al pequeño, acto seguido se suicidad.
Los restos del niño serán depositados hoy a las diecisiete horas en el cementerio local”.

viernes, 15 de junio de 2007

La última cena

Todo empezó cuando quise demostrarle a mi prima que podría comerme un insecto sin problemas. La verdad es que la idea me causaba náuseas pero el orgullo suele ser más grande que cualquier desafío. ¡Vaya muestra de valor el mío! Los grandes ojos de mi prima dejaron de parpadear al verme agarrar con las puntas de mis dedos a una hormiga negra, que paseaba tranquila sobre unas maderas, inmediatamente me la lleve a la boca y la retuve en ella hasta decidirme a tragarla. Lo que me pareció que había durado una hora en realidad habían sido unos pocos segundos de asco. Mi prima no pudo más que soltar una carcajada mientras me repetía “¡Estás loca, estás loca!” Bueno esto no era algo nuevo para mí, podría decirse que todos en mi familia lo pensaban; que todos en el barrio lo sabían y que casi todo el pueblo era conciente de mi inestabilidad emocional. Me era tan familiar la palabra “loca”, como adjetivo de incoherencia y anormalidad, que ya no era motivo de disgusto para mi, era más bien como saborear el nombre de algo que al principio no te agradaba y con el tiempo comienza a serte indiferente hasta el punto de sentirte terriblemente atraído por aquello. Bueno algo así me paso con la hormiguita. Después de habérmela tragado sin siquiera darle un mordisco me dio algo de curiosidad, ya que había cometido semejante estupidez al menos podría haberlo hecho bien. Y me pico la duda, o quizás fuera la hormiga por dentro, lo cierto es que al otro día agarré una hormiga del patio y la coloqué en la lengua, cierto es que el pobre bicho quería liberarse, pero a causa del apretón de dedos que le había dado y de la espesa saliva de mi boca, la hormiga prácticamente no podía moverse. Entonces la mordí, al principio no noté su sabor, estaba quizás más preocupada por el terrible sabor que desprendería que no pude apreciar con calma su verdadero sabor y volví a tragármela rápidamente. Entonces tomé otra hormiga y realicé el mismo procedimiento, pero esta vez procuré relajarme y concentrarme, desvinculé el insecto de mi mente y solo traté de degustar su verdadero sabor, era una combinación fuerte entre sal, ciruela, jugo de limón y laurel. Pensé que quedarían riquísimos es escabeche o como condimento para carnes blancas.
Siempre me había gustado comer carne, incluso cruda, pero jamás imaginé que terminaría masticando hormigas como si fueran pikles. Y así comenzó todo. Los primeros días comiendo hormigas, pero poco a poco mi curiosidad digestiva empezó a desear otros insectos. Lo primero que se me antojó probar fue un grillo, cuando pude atraparlo, noté que sus patas eran demasiado largas y ásperas, así que en cuando se las arranqué, la agarré de la cabeza y lo mordí partiéndolo por la mitad, un jugo viscoso de color amarillo se derramó de mi boca, tenía un sabor muy amargo, como esa bebida de hierbas serranas que se sirve bien fría. Y así hice con los pobres grillos, los recogía, los desmembraba y los colocaba en una caja dentro de la heladera, de modo que cuando quisiera un trago amargo de grillo, solo tenía que sacarlo, apretarlos y beberme sus vísceras. Otro día, cansada de hormigas y grillos fui al patio y divisé unos lindos caracoles, son tan preciosos, siempre me había gustado “verlos”, pero esa tarde simplemente me decidí y tomé uno, claro que el asustado bicho, como adivinando el futuro que le esperaba en mis manos, se metió adentro de su caracola. Así que fui a la cocina y saqué un palillo, el cual metí bien adentro e intenté sacarlo, pero increíblemente un caracol vivo dentro de su caracola no sale tan fácilmente. Coloqué el caracol sobre la mesada de granito y le asesté un pequeño golpe con la palma de la mano, retiré todos los pedazos rotos de su caracola y pude contemplar bien al glutinoso insecto. Al probarlo sentí una especie de goma laca en mi boca, podría decirse que no tiene mucho sabor, era como gelatina con sabor a acelga, pero más firme y tenso como el mondongo. Recordé entonces un guiso de mondongo delicioso que había hecho mi madrina hace mucho tiempo y me dieron ganas de comer más mondongo o mejor dicho más caracoles.
No sé cuanto tiempo estuve comiendo hormigas, grillos, caracoles, orugas, y todo tipo de cascarudos. Sin embargo había dentro de mí un hambre de carne que crecía día tras día, era como un hueco que no podía saciar y francamente los insectos no podían colmar ese gran abismo macabro que se abría paso dentro de mí. De pequeña había sido una niña muy voraz, sentía dentro mío un infinito deseo de tragarme todo cuanto se me presentara, existía en mi, un mundo vacío de placeres que debía llenar constantemente o mi cuerpo comenzaría por acalambrarse desde el estómago hasta el pecho y el dolor y la angustia por no malcriar a mi cuerpo sería insoportable. Como un capricho que no podía controlar, un oscuro secreto que solo mi alma sabía y que se negaba a contarme.
Tres veces por semana debía ir a cuidar a mis primas, mientras su madre trabajaba. A veces cuidaba a ambas, a veces solo a la más pequeña y a veces, como esa tarde, me quedaba sola, limpiando y haciendo los quehaceres de la casa. Mientras preparaba la carne para hacer unas milanesas me iba comiendo pedacitos crudos untados con huevo, ajo y perejil, o si veía rondarme alguna mosca, rápidamente con el repasador le daba un zarpazo y ya tenía otro bocadillo que disfrutar. Sin embargo mi apetito nunca cesaba, necesitaba probar algo nuevo, algo más consistente, más apetecible, más carnoso y sangriento. Sin embargo los ladridos de Lola me sacaron de éstos pensamientos. Lola era una encantadora perrita cocker de color negra. Estaba ladrando hace rato pidiéndome algo de comer. Cuando le di el alimento, me senté a su lado, incliné mi cabeza y la miré largo rato mientras comía desesperada y feliz esos granitos crujientes para caninos. No había en mi mente sendero que no pudiera atravesar, mi conciencia no existía cuando mi deseo carnal se imponía. No existía en mi, oposición alguna con los oscuros deseos del demonio. Sé que puedo parecer tan fría y tan mecánica, pero no necesite pensarlo, tomé el cuchillo grande, que usaba para cortar las papas, y la calabaza y le atravesé la nuca al sorprendido animal. Nunca me había caracterizado por tener fuerza en los brazos, necesité unos cuantos segundos para hundirle el cuchillo completamente y con mucho esfuerzo, también, tuve que sacarlo. El animal no se resistió demasiado, solo pude oír su chillido ahogado hasta que acabé. Sobre el mosaico comenzaba a extender la sangre tibia y perfumada. La tomé entre mis manos y la bebí con gran frenesí, chupé mis dedos uno por uno y comencé con la tarea de desollarlo, faena para nada fácil, que me resultó tediosa, pero era necesario liberarlo de su innecesario pelaje y masticar su joven carne. Mi estómago rugía de felicidad, cada minuto que pasaba se me hacía insoportable, arrojé el cuchillo a la pileta y con mis propias manos le arranqué la piel, a tirones y como un león salvaje que se devora a un indefenso antílope, con mis dientes mordí aquel cadáver que urgía ser descartado. Al terminar me dolían los brazos, las manos, las mandíbulas y los dientes. En 35 minutos debía dejar todo limpio, a las seis de la tarde cumplía mi horario y como tenía un juego de llaves, limpiaría toda la evidencia, me llevaría los restos de Lola y los arrojaría en un descampado y diría a la madre y a mis primas que la perra se me habría escapado y no habría vuelto. Y así lo hice. Y resultó de maravilla, a la semana nadie se acordaba de aquel perro fastidioso. Después de todo, hasta se diría que les había hecho un favor. De lo que no podía olvidarme era del sabor tibio de la sangre recién obtenida. Por lo que estuve yendo a distintas carnicerías en busca de sangre vacuna, era algo difícil de conseguir, más que nada porque nadie la precisaba, excepto los carniceros que elaboraban sus propias morcillas caceras. Y eso fue lo que les decía, sonaba algo absurdo, pero ¿Qué tan ilógico podría ser que una joven, estudiante para chef, necesitara sangre para aprender a hacer sus morcillas? Bueno, no estudio para chef, pero fue una buena mentira, ¿O se atreven a pensar que no? Miren que podrían correr la suerte de Marcos Mediavilla. Marcos era un joven regordete, de tez morena y rostro agradable. Trabajaba en un cyber, de mañana y solía verlo una o dos veces por semana antes de retirar a mi primita del jardín infantes; me gustaba ir a navegar en la red, en busca de páginas macabras, y de fotos desagradables. Mi alimento tenía muchas procedencias, pero solo la concupiscencia carnal me satisfacía. Y las fotos, el arte y la música ya no me compensaban. Con el paso de las semanas, noté un brillo distinto en los ojos de Marcos, sus saludos eran cada vez más frecuentes y sus sonrisas más anchas. Comencé a visitarlo regularmente y teníamos pequeñas pláticas sobre música y recitales. Un viernes, siempre por la mañana, me invitó a una tocada que se haría en un bar, el sábado por la noche. Quedamos en encontrarnos a la hora acordada en aquel bar mediocre de la ciudad. Bebimos cerveza, charlamos y escuchamos a la banda heavy, que parecía querer tocar toda la noche, por suerte terminaron a las tres de la mañana. Mientras más miraba a Marcos más apetecible me parecía, y quizás un poco producto de la cerveza, le dije al oído “quiero comerte” Marcos se río exaltado, me miró de frente y me dijo “yo también”. Si él hubiera sabido, de mi extrema sinceridad, de mi carácter directo y frontal, si él hubiera sabido que yo no hablaba literalmente, quizás hoy no estaría aquí. Pero Marcos me tomó de la mano y me llevó a un hotel alejado del centro. Casi podría decirse que él fue tan responsable como yo por lo ocurrido. Cuando estuvimos solos en la pequeña habitación, absurdamente decorada con espejos en todas las paredes, Marcos se acercó a mi y me besó en los labios, una fuerte avidez recorrió mi cuerpo, otra ves el estómago me clamaba y ésta vez yo no deseaba oírlo. Pero el impulso fue más fuerte y lo besé bruscamente, mordiéndole el labio y provocándole un corte pequeño, pero suficientemente profundo como para que le brotara algo de sangre, corriéndole como un pequeño hilo de seda carmesí, sobre su barbilla. Al primer contacto con su sabor y su olor, no pude soltarlo más, le succioné la boca hasta dejarle los labios morados. A Marcos no le pareció importunarle, incluso parecía disfrutarlo y como siguió besándome, yo me deslicé por su cuello, mordiéndolo de costado, le di varios mordiscones y Marcos temblaba como un lindo y tierno conejito en manos de su cazador. Le saqué la remera y le desprendí el pantalón y le pedí que se recostara boca abajo en la cama de dos plazas, que estaba a nuestra disposición. Marcos obedeció, como un esclavo sumiso e indefenso. Yo me coloqué encima de él, y comencé a morderlo por la nuca, luego hice hincapié en los hombros y los brazos carnosos. Bajé por su espalda tratando de darle pequeños pellizcos con la punta de los dientes y cuando llegué a sus protuberantes nalgas, por encima de sus calzoncillos, las apreté codiciosamente entre mis manos y los mordí con fervor. Marcos dejó escapar un grito, incapaz de reconocer como de dolor o placer, y rápidamente estiré el brazo hacia mi bolso y busqué las sogas que había dispuesto antes de salir. Cuando Marcos las vio no puso objeción alguna, estaba decidido a ser mi plato principal ésta noche. Le pedí que se volteara hacia mi lado y até sus muñecas a los barrotes de la cama, haciendo un esfuerzo enorme por sujetarlo bien, creo que Marcos estaba demasiado excitado como para darse cuenta de mi verdadero propósito. También le sujeté los pies, ajustando firmemente la soga, para que fuera imposible desatarse. Sentada arriba de su cintura, miré un instante ese rostro tan agradable y tranquilo que Marcos poseía. Marcos me sonrió por última vez y cuando me incliné para besarlo le arranqué el labio inferior de un enérgico tirón, Marcos gritó desesperadamente, pero la sangre ahogó el grito inmediatamente. Además en aquel lugar los gritos eran frecuentes y solo subí un poco más la radio de fondo. La sangre fluía intensamente, llenando la garganta de Marcos, que parecía una copa de fino vino tinto. Mientras escuchaba la respiración entrecortada de Marcos, procedí a comerme una oreja, me la metí entera en la boca y de otro tirón la arranqué completamente, así hice con la otra oreja, y con parte de su nariz. Podrían decir que soy una mujer insensible, pero todas mis sensaciones se encuentran revueltas en mi estómago y no conozco otra forma de liberarlas. Nuestros rostros estaban bañados en la sagrada tinta del destino. Durante tres horas, comí sin parar del aquel cuerpo pulposo. Lo mordí en todas direcciones y en todos los rincones diferentes de su joven cuerpo. No se, en que momento, Marcos dejó de moverse o de respirar, me olvidé por completo de él, me sentía plena, completamente satisfecha. Pero hasta el cuerpo de Marcos era demasiada carne y demasiada sangre para mí, no había forma de acabarlo y no hubo forma de hacerlo. Casi sin poder moverme, con el estómago hinchado de goce, me bañe, traté de limpiar mi ropa y salí apresuradamente; el lugar estaba pago, pero solo faltaban dos horas para que se cumpliera el plazo. A las diez y media de la mañana encontraron el cadáver a medio devorar de Marcos Mediavilla, atado de pies y manos en un hotel dos estrellas en las afueras de la ciudad. Pocas horas después fui detenida, me encontraron vomitando en el baño de mi casa. Cuando me irguieron para esposarme, podía verse flotando en el inodoro un trozo de oreja, de aquel joven tan sabroso que me habría llevado a cometer éste acto, tan repugnante para algunos y tan imperioso para mi.
Ahora estoy mucho más tranquila, me inyectan altas dosis de relajantes todos los días y si tengo crisis de ansiedad me encierran en una habitación acolchonada con una resistente camisa de lienzo. Como he estado portándome bien éstas últimas semanas, me han llevado de vuelta a mi habitación y les he pedido que me dieran unos papeles y una birome para escribir. Quería dejar por escrito mi versión, antes de proceder a degustar mi último plato. El hambre no va a desaparecer, necesito acabar con él. Ésta será mi última cena. Y masticándo mi tierna muñeca, me despido de todos.

Maida

jueves, 14 de junio de 2007

Sólo ante tu tumba encuentro descanso

Estoy parada ahí, frente a una lápida fría, entre las malezas y las hierbas putrefactas que trepan las piedras corroídas por el tiempo. La húmedad penetra hasta en mis huesos, no es raro que todo se pudra en este lugar y que las bacterias se hagan un festín con el dolor de los vivos. Pero por extraño que parezca este lugar no me es hostil, porque está él, mi amado eterno, y si él está ahí no puedo más que sentir amor por ese lugar y la pudrición y fermentación resultarme abono para la vida, una vida que trasciende lo terrenal y me acerca a un estado superior.
Me abrazaré a esa piedra de granito, en la cual sólo hallo la inscripción de tu nombre, como si fuera mi lecho nupcial, y sé que en la fría brisa me abrazas y me besas dulcemente, porque la muerte también puede ser fríamente dulce y acariciar el alma cuando ya el tacto no sirve para nada. No, no lloraré porque he aprendido ha a danzar y dialogar con la muerte, y tu muerte ya no existe más que para los demás que descreen de un más allá. Aquí estoy amor, al pie de tu tálamo eterno, altiva y furtiva ante el mundo que me es ajeno, esperando una respuesta de un ser supremo que me diga cuando llegará el momento de unir nuestras almas nuevamente, mientras sobre tu tumba descanso tratando de lograr una simbiosis con la húmeda, el frío, la putrefacción y está piedra que simulo es tu cuerpo.

Andrómeda

lunes, 11 de junio de 2007

...



Cuesta empezar a escribir cuando se tiene el corazón destrozado. Pienso en la muerte, en que es mejor no saber algunas cosas. El cuerpo está aunque el alma no, pero ¿Por cuánto tiempo? Mejor no saber ciertas cosas. Ciertos detalles oscuros. El cuerpo se pudre, se descompone, aunque mueras joven y hermoso, en el esplendor de la perfección o como un viejo decrépito. Entonces ya no te queda nada, ni alma, ni cuerpo. Todo te es arrebatado para siempre o hasta el momento de cruzar el umbral y vez la luz que te guía hacia el paraíso, si eres creyente. Sino terminas hundido en la desesperación y el nihilismo total de las almas sin sentido que pueblan este mundo subterráneo.
Andrómeda

Un cuentito

Sobre un terreno lodoso y putrefacto se había construido el Mausoleo de la familia Parcatti. Aquel lugar estaba situado en las afueras del pueblo, al oeste del río. La imponente arquitectura, databa de finales del s. XIX A unos cien metros de la estancia “In Aeternum”. Todas éstas tierras son privadas, pero ya no hay integrante de la familia que venga a reclamar por ellas y desde los años que vivo acá ningún ser humano ha venido a perturbar él lugar. Aquel sitio, casi desconocido para los lugareños, encierra miles de historias fantásticas y absurdas, se dice que la tierra está maldita, que el mismo demonio habita entre sus árboles, que hay una fuerza maléfica en sus tierras, que devora las almas grises y te insita a proceder de manera irracional y desenfrenada. Todos los Parcatti habían muerto de dolorosas y extrañas muertes, y aquel mausoleo reunía a tres generaciones de pobres almas.
Sin embargo existía una anciana que vivía sola en aquella vieja estancia. Nadie sabía de la existencia de aquella dama de más de ochenta años, de sus anchas caderas, de sus hombros pequeños, de su cabello largo ceniciento, de su tez pálida y de sus profundos ojos negros. Recuerdo aquellos ojos húmedos y desesperados buscando algo de amor y misericordia en los míos. Aquella mujer llevaba el peso de su apellido con años de soledad y dolor.
Aquella mañana de mayo me levanté de la cama, me vestí rápido y comencé a caminar desorientada. Estaba herida, sentía el dolor abrirse paso por mi alma, una profunda tristeza me estaba desgarrando por dentro. Seguí caminando, alejándome de aquel pueblo ingrato que me aborrecía. Solo quería huir lejos, estaba cansada, dolida, estaba asustada de mi propia naturaleza. Necesitaba hallar la manera de liberar mi alma de ésta nefasta tierra.
Fue esa fría mañana de mayo, que alejándome del mundo, encontré un lugar diferente. Sientiéndo que yo pertenecía allí o que debía hacerlo. Encontré un terreno muy extraño, lo primero que noté al saltar el alambrado, fue que la tierra era oscura, negra azabache, estaba húmeda, casi fangosa. No había en ella ningún rastro de hierba. Caminé toda la mañana por aquel lugar, el cielo estaba nublado y poco a poco comenzó a descender una neblina que lo cubrió todo. De pronto reaccioné. Estaba sola, lejos de mi casa, sumergida en un mar de nubes. Un escalofrío recorrió toda mi columna, creí desmayarme de terror. Por un momento me costó respirar, pero apreté fuertes mis puños y seguí avanzando. Mis pies se hundían con suavidad, parecía que cada movimiento deliberado que hacía, era un movimiento casi planeado, calculado por otros ojos que no eran los míos. Tracé un sendero misteriosamente, puesto que en ningún momento, de las dos horas que seguí avanzando, hallé algo que interrumpiera mi marcha. Sin embardo desperté de mi sopor cuando la neblina se retiró y a un metro frente a mi divisé un robusto ciprés, sin hojas, sin brotes, seco desde las raíces hasta la última de sus ramas. Todos los árboles que empezaba a vislumbrar padecían la misma suerte. Parecían maquetas de cartón creadas por algún dios macabro. La tarde comenzaba a caer, estaba exhausta, deprimida, hambrienta y helada. Pensé que más adelante encontraría un lugar donde descansar, pero francamente no podía imaginarme lo que me sucedería. Crucé un largo trecho entre esos árboles cadavéricos. El silencio era abismal, no había pájaros, no había insectos, ningún ser vivo habitaba esas tierras. Yo estaba muy cansada, pero ya no había vuelta atrás, una fuerza extraña me impulsaba a seguir avanzando y así lo hice, hasta que el cielo oscureció. De un momento a otro me encontré en la más temible de las penumbras. Otra vez el terror se apoderó de mi, la respiración se volvió dificultosa y comencé a llorar; lloré, lloré y mi llanto se convirtió en gritos desesperados, me golpeé la cabeza con los puños, me tiré el cabello con fuerza y comencé a caminar a ciegas tropezándome con los árboles, hiriéndome con sus toscas ramas. Fue en ese instante de intenso pánico, cuando sentí su mano helada sujetar con fuerza la mía. Un grito agudo escapó de mis labios y mi cuerpo petrificado del terror, cayó al suelo lodoso.
Cuando abrí los ojos aún no era conciente de lo sucedido. Había una luz cálida que provenía de una lámpara de aceite. Necesité unos minutos para recuperarme, ordenar los sucesos, comprender lo que había ocurrido. Entonces la vi, la anciana tenía un rostro muy pálido. Era de contextura pequeña. Al percatarse de mi espanto, esbozó una sonrisa, podría decirse que era una dulce anciana, pero cuándo observé sus ojos, recordé la tierra muerta y la noche cayendo sobre mi como una daga certera que apunta hacia mi pecho. Por un momento temí que esos ojos quisieran devorarme.
_"¿Estás bien?" me preguntó. _"¿Qué haces a éstas horas por aquí?"
Tarde unos segundos en reaccionar y poder responderle.
_ “No sé que pasó. Estaba caminando y se hizo de noche” Respondí, apartando la mirada de sus ojos.
_ “Menos mal que te encontré. Estaba recogiendo un poco de leña cuando escuché tu llanto. De haber pasado la noche en el bosque hubieras muerto por las bajas temperaturas. Ayudame con éstos troncos y vamos a casa".
Me levanté del suelo, con mucho esfuerzo. Sin objetar recogí la leña y marché detrás de ella, guiadas por la lámpara. Un extraño deseo nació en mi alma cuando desperté y contemplé sus ojos. Un ferviente impulso sacudió mi cuerpo. Un impulso que asistir y que mi mente aún no podía reconocer. Una fuerza superior que clamaba más poder. Un hambre irracional que no podía controlar. Un capricho que se apoderó de todo mi patético ser.
Y pensar que había estado tan cerca de la Estancia cuando me había dado por vencida. La anciana me hizo pasar, y me ofreció a sentarme en un viejo diván de terciopelo; dispuso la leña al lado de la chimenea y arrojó dos troncos al fuego.
_"Ya regresó". me dijo secamente.
Quedé impresionada por la amplitud de la sala, decorada con muebles antiguos, cubiertos de polvo, olvidados por el tiempo, pero que aún podía apreciarse su magnífico trabajo de carpintería. Las paredes estaban húmedas y lo que quedaba del papel tapiz solo eran unos trozos de papel sucio. Supuse que esa estancia habría sido una de las más ricas de la zona.
La anciana me sacó de mis pensamientos cuando abrió la puerta cargando una fina bandeja de plata con té y pan recién horneado.
_ “Aquí tienes un té bien caliente querida. Te hará bien”.
_ “Gracias ¿sra…?”
_ “Sra. Parcatti”
Mientras bebía mi té caliente sra. Parcatti me contó de su familia, de sus días gloriosos de juventud y esperanza. De una familia que había venido de Italia con deseos de prosperar y trabajar esta lejana tierra. Mientras, yo cortaba rebanada tras rebanada de ese humeante pan de anís. La sra. Parcatti habló de sus constantes esfuerzos por cultivar la tierra, del desánimo general, de las peleas que poco a poco fueron destruyendo a la familia, de extraños sucesos, de muertes terribles, de la pérdida de su amor, de la decadencia que poco a poco había sucumbido a su familia. Yo estaba extasiada…el té con canela y el pan de anís estaban exquisitos.
_ “Ah, disculpá a ésta pobre anciana que se ha emocionado. Y vos querida, ¿Por qué estás aquí?
¿Se había emocionado? No lo había notado. Le conté de mis tristezas, de mi angustia constante, de mi vacío. De mi necesidad de alejarme de la gente, de mi rechazo ante lo cotidiano, de mi negatividad, de mi aspecto deprimente, de mi hiriente soledad, del odio que había nacido para sostener ésta piedra en la que me había convertido. Por un momento sra. Parcatti no pronunció ni una palabra, hasta que de sus mustios labios surgió una frase en latín.
_ “Abyssus abysum invocat”
¿Había juzgado mi actitud? ¿O se refería a algo más profundo? ¿Acaso hizo alguna mención a éste extraño encuentro entre nosotras dos?, más hice caso omiso a su expresión y me tomé otra taza de té.
_ “Gracias sra. Parcatti” le dije mientras le entregaba la taza vacía y esbozaba una sonrisa de satisfacción. Y volví a mirar sus ojos, que ahora me parecían hermosos. Estaba surgiendo en mi un extraño sentimiento parecido al amor, pero de otra intensidad. Era una sensación ambigua que se iba introduciendo en mis entrañas como si fuera un deber, una orden suprema, sagrada, de una nobleza desconocida.
La sra. Parcatti me ofreció a quedarme allí esa noche. Me condujo a una habitación muy cómoda, con unos muebles artesanales exquisitos. Me estiré sobre la cama y respire tranquilamente, por primera vez en mi vida me sentía feliz.
_" Buenas noches querida". me saludó suavemente, mientras su tierna figura se perdía tras la puerta.
Ahora me planteo ésta duda “¿Habrá presentido, Madame Parcatti, lo que sucedería esa helada noche de mayo?” ¿Habrá sido posible que lo leyera en mis ojos, en mis gestos, en mi aparente tranquilidad? ¿Lo habría deseado?
Yo estaba muy ansiosa, trataba de contener mi ansiedad, pero no podía dejar de morderme los dedos. Daba vueltas en la cama, me restregaba contra las sábanas, el peso de las frazadas me sofocaba. Era el deseo más oscuro, era la profunda oscuridad de mi alma, era el placer de mis manos, era el silencio eterno, era la tierra húmeda, era el cielo rojizo, eran los árboles agrietados, eran los muertos del mausoleo, eran el aire frío, era el calor de la leña, eran los ojos negros y brillantes de la sra. Parcatti, era el abismo. “Abyssus abysum invocat…”
Me senté en la cama y apoyé mis pies desnudos sobre el piso de madera. Me erguí sobre mis huesos. Contuve el aliento. Caminé despacio, guiándome entre las sombras, hasta llegar a la habitación de la sra. Parcatti. Me acerqué despacio, solo por disfrutar un poco más de éste momento, que por precaución. Nada podía detener lo que ya estaba hecho. Era lo ineluctable, el momento preciso donde todo fusiona y el acto se contempla, incorrupto. Exacerbando cada minucioso detalle, cada ínfimo pensamiento etéreamente planeado.
Me acerqué al lecho perfumado de la sra. Parcatti, olía a seda tibia y colonias añejas. Y como poseída por mil demonios, de naturaleza seductora y complaciente, apreté su cuello con mis pequeñas manos. Sobresaltada la sra. Parcatti abrió sus enormes ojos, sus expresiones se conjugaron en una mirada de absoluto terror y plena disposición. Sus brazos empezaron a moverse como serpentinas de papel en el aire. Totalmente alucinada por ésta nueva y completa forma de exaltación, presioné con más fuerza y delirio aquel flácido y endeble cuello. Su garganta parecía entonar una melodía extrema para mis oídos. Fui consiente del terrible pecado que consoló mi cuerpo, mi mente y mi alma, esa noche. Su boca expandida y torcida, su piel más corrugada que nunca, su cabello blanco revuelto, sus brazos como veletas hundiéndose, su piel pálida combinada con una paleta de fríos azules y violetas, y sus ojos, impasibles, imperturbables, sus ojos llameantes hasta el fin. Aflojé mis manos cansadas y me recosté a su lado. Estaba tan excitada, había saciado ese brote demente que había surgido en mi corazón y que había culminado en ésta tierra de infinito misterio.
Dormí toda la noche. Al día siguiente envolví a la sra. Parcatti en sus sábanas blancas y la arrastré cien metros hasta el bello y melancólico mausoleo de su familia. Allí la coloqué en un espacio dispuesto para ella. Tenía aún los ojos bien abiertos. La contemplé un largo rato, me sentía llena de paz compasión. Y me fui a buscar leña para la vieja estufa, evocando el suave perfume de sus sábanas.
Jamás hubiera imaginado lo que me sucedió aquella fría noche de mayo, donde la tierra misma me convocaría para saciarnos la una de la otra.

Maida

Colaboración de Camara Guillet


En aquel atardecer de invierno en lo alto de aquella fortaleza que habían hecho para aislarme, me sentía con la angustia propia del crepúsculo, y la nostalgia de aquellos días de plenitud junto a mi amado me destrozaban el alma, me hacían sentir escasa, tan limitada ante los ojos mortales. Nada sentía claro sin su acento, y sin la canción de su risa, nada encontraba vivo sin el aliento de sus palabras diciéndome al oído: nunca pares, sigue adelante. Nada encontraba hermoso sin sus líricas haciéndome despertar del sopor. Y allí me encontraba yo, aguardando la penumbra, sintiendo como el corazón se me hacía estrecho en el interior de mi cuerpo, tenía frío. La estufa estaba prendida pero no irradiaba calor, mi sillón se sentí como piedra en mi columna, y aún así, todo esto no apartaba mi pensamiento de él. Él era todo lo que había querido, era lo mejor que podía tener, era lo único que quería, y él sentía lo mismo, entonces… ¿por qué no lo tenía? Afuera la espesa brumase convirtió en lluvia, y cada gota que se desparramaba en la ventana se sentía como los golpes de un martillo que furiosamente clavaba una estaca en mis entrañas. Y en ese estado de adormecimiento, de escepticismo total hacia las cosas, sólo estaba él, en ese momento sólo él era mi vida, mi pensamiento, mi religión. Intenté dormir, pero su nombre volví a mi memoria, el sillón que me sostenía era ahora una cama de clavos, sentía cada pliegue del terciopelo como filosos cuchillos clavándose en mi piel. Cerré los ojos una vez más, afuera la lluvia convertía el piso firme en un mar dulce, no tenía noción del tiempo, no sabía cuánto había estado sentada allí, tampoco quería ir a la cama, esta representaba una trampa en la que siempre me quedaba atrapada, mientras me cubría un espeso manto de desasosiego. Es verdad, ya no quería volver jamás a ese lecho. En ese momento entré en una soñolencia que me inmovilizó por unos instantes. Pero me desperté exaltada, tenía una sensación de ahogo, el alma se me retorcía, y un frío polar me recorrió la espalda, sentí el sudor frío recorrerme la frente, era él, él había burlado los cerrojos, los enrejados, las trampas, había hecho oído sordo a las amenazas y había venido hasta mí. Había acariciado con sus labios mi hirviente cien, sentí su helada mano presionar la mía contra su pecho, y acercándose a mi oído susurró dulces palabras de amor, dijo con su áspera voz que mirara a la muerte a los ojos, que la besara en la boca y le digiera que aún no, me pidió que resistiera la fiebre. Y ahí cuando abrí los ojos había desaparecido, me levanté como poseída por el mismo diablo, mis piernas ya no dolían, los padecimientos habían desaparecido, no me sentía más enferma, ahora podía volar rápidamente, antes de perder su rastro, percibí su aroma en la ventana, la abrí grite su nombre y el viento me respondió: no sé de donde. Y antes de perder completamente la cordura, las lágrimas me cegaron, y no pensé en nada más que él llamándome desde el silencio. Sin pensarlo más salté por la ventana hacia el abismo.