
Es medianoche; y hay luna llena. Han pasado trescientas noches desde la última ronda. Y hoy salen los niños otra vez a jugar a su ronda mágica, fantasmal. Salen de sus nichos marchitos, florecen de sus tumbas decrépitas y olvidadas. El soberbio sol nocturno, con su pálido brillo, alumbra el camposanto.
Allí están los niños, allí están todos: el violado, el enfermo, el estrangulado, el quemado, el maldito, el abandonado… todos muertos.
Todos se reúnen en la gran cruz central del cementerio; rodeándola con su ronda. Giran y giran cantando, pero no son felices. Giran y giran jugando a la inocencia perdida. Son muchos, demasiados; de distintas edades, razas, culturas, estaturas, pero son niños, y eso los hace universales; son niños… y muertos, y eso los hace… ¡¿Qué!?
…¡No sé cómo llegue hasta aquí!, pero aquí estoy, espiándolos detrás de un mausoleo. ¿Pero qué estoy diciendo?, ¿Qué hago yo en un cementerio de noche? Me siento raro, debo estar soñando. Estoy relatando algo, pero yo nunca hablé, ni pensé, ni me expresé así, y es lógico, es lógico. Lo último que recuerdo es… ¡No recuerdo! Pero acá estoy viendo su ronda, su danza macabra debajo de la perla de plata. Siguen corriendo, gritando, cantando. Sus ojos son vacíos, pero llenos a la vez, ¿Llenos de qué?... llenos de nada, llenos de la nada más absoluta nunca imaginada. Una contradicción escalofriante, pero por alguna razón (y por extraño que parezca), no siento miedo.
Es medianoche. De repente, alcanzo a divisar entre las sombras una silueta que se acerca hacia la ronda de los niños por la calle principal que topa con la cruz. Agazapado observo con atención desde mi trinchera, es el cuidador del lugar, que hace su ronda habitual como de costumbre. Es medianoche, y llega hasta los niños. ¡¿Pero qué pasa?! ¿Es sordo y ciego?, ¿No ve a los niños?, ¿No escucha su demencial algarabía? Sigue con su caminata como si nada, como si todo estuviera en absoluta normalidad. Los niños, inmutables en su ronda, tampoco se percatan de él. Ni siquiera le dirigen la mirada.
¡Debo razonar!... ¡ahh! Quizás los vivos no pueden ver, ni oír a los niños muertos, ¡Qué estúpido fui! Debe ser eso… ¡Pero no! Si yo estoy ¡vivo!, ¡¡¡y los veo y los escucho!!! ¿Qué me está pasando? Debe ser una pesadilla estúpida y sin sentido, pero ¿Por qué no despierto? A esta altura estoy un poco asustado. Todo parece tan real.
A veces tengo la sensación de que los niños me miran con complicidad… como sabiendo que estoy escondido espiándolos. Pero debe ser mi imaginación, influenciada por esta atmósfera lúgubre y aterradora… o quizás me estoy volviendo loco. Después de todo qué estoy haciendo yo aquí.
En un sobresalto salgo de mi estupefacción y entro en pánico, ¡Debo salir de aquí, debo irme ya! Salgo de mi trinchera mortuoria gritando, bañado en rayos de luna, y miradas indirectas y vacías… cómplices. Corro gritando como un loco desesperado, hacia las sinuosas rejas que delimitan el cementerio de la ciudad; sin reparar en los niños muertos, ni el cuidador del lugar. Corro sin aliento, y los cincuenta metros que me separan de la salida se hacen eternos.
Quizás fueron unos segundos, pero parecieron toda una vida. Por fin llego hasta las rejas. Son altas, demasiado altas, pero el terror me invita a saltar, y cuando estoy por hacerlo, veo a mi derecha el andar errante del cuidador. Mecánicamente, oriento mi cuerpo hacia él para explicarle que no soy un profanador de tumbas, que soy… ¿Qué soy? Pero pasa a mi lado como si yo fuese un fantasma, sin percatarse de mí.
Es medianoche, aún lo es. Quedo estupefacto por unos míseros segundos, y luego vuelvo en sí. ¡Es mi oportunidad, debo salir ya! No había tiempo para razonar. Salto desesperado hacia la reja, y escalo sus ocho peldaños horizontales y cuando ya siento el triunfote mi odisea dantesca siento una mano en mi hombro derecho. A pesar del terror que calaba en mis huesos, mi mente razonaba lógicamente (a pesar de las huestes de la locura anochecida que la carcomían), y repara en el cuidador.
Resignado me doy vuelta, con el corazón raspando mis labios y ocasionándome náuseas, para aceptar las consecuencias legales (denuncias y miles de etc.). Pero sólo encuentro a un niño muerto, uno de los que estaban en la ronda. ¡Me vieron! Pensé; ¿y ahora qué?
Alunizado, trato de zafarme, pero es inútil. La mano me impulsa hacia abajo, y caigo como plomo sobre el suelo, desde tres metros y medio de altura. ¡Fue un golpazo!, pero no sentí dolor, sino otra sensación desconocida, insoportable.
Cuando mi sentido visual logra aclararse, veo a los niños en ronda, a los niños muertos; y yo en el centro, tirado en el piso. Antes de que pueda atinar a algo, uno de ellos se acerca y me dice_: Tranquilo… tranquilo, nos ha pasado a todos alguna vez. Ahora ya sos uno más de nosotros, ya te explicaremos luego… ya luego entenderás. Por ahora tranquilo, únete a nuestra ronda, que pasarán trescientas noches más antes de volver a festejar. Luego sígueme, hoy puedes dormir en mi cuna… mañana a la tarde, ya tendrás la tuya_ La tuya… la mía…
Es medianoche…. Y hay luna llena…
Al día siguiente… “Noticias breves: un niño de seis años fue brutalmente asesinado anoche, minutos antes de medianoche, según informaron médicos forenses del nosocomio local, tras llevar a cabo la correspondiente necroscopia.
El autor del macabro hecho, sería su padrastro (según informaron fuentes policiales), quien luego de una violenta discusión familiar apuñaló a su pareja (madre del niño) para luego golpear hasta la muerte al pequeño, acto seguido se suicidad.
Los restos del niño serán depositados hoy a las diecisiete horas en el cementerio local”.
Allí están los niños, allí están todos: el violado, el enfermo, el estrangulado, el quemado, el maldito, el abandonado… todos muertos.
Todos se reúnen en la gran cruz central del cementerio; rodeándola con su ronda. Giran y giran cantando, pero no son felices. Giran y giran jugando a la inocencia perdida. Son muchos, demasiados; de distintas edades, razas, culturas, estaturas, pero son niños, y eso los hace universales; son niños… y muertos, y eso los hace… ¡¿Qué!?
…¡No sé cómo llegue hasta aquí!, pero aquí estoy, espiándolos detrás de un mausoleo. ¿Pero qué estoy diciendo?, ¿Qué hago yo en un cementerio de noche? Me siento raro, debo estar soñando. Estoy relatando algo, pero yo nunca hablé, ni pensé, ni me expresé así, y es lógico, es lógico. Lo último que recuerdo es… ¡No recuerdo! Pero acá estoy viendo su ronda, su danza macabra debajo de la perla de plata. Siguen corriendo, gritando, cantando. Sus ojos son vacíos, pero llenos a la vez, ¿Llenos de qué?... llenos de nada, llenos de la nada más absoluta nunca imaginada. Una contradicción escalofriante, pero por alguna razón (y por extraño que parezca), no siento miedo.
Es medianoche. De repente, alcanzo a divisar entre las sombras una silueta que se acerca hacia la ronda de los niños por la calle principal que topa con la cruz. Agazapado observo con atención desde mi trinchera, es el cuidador del lugar, que hace su ronda habitual como de costumbre. Es medianoche, y llega hasta los niños. ¡¿Pero qué pasa?! ¿Es sordo y ciego?, ¿No ve a los niños?, ¿No escucha su demencial algarabía? Sigue con su caminata como si nada, como si todo estuviera en absoluta normalidad. Los niños, inmutables en su ronda, tampoco se percatan de él. Ni siquiera le dirigen la mirada.
¡Debo razonar!... ¡ahh! Quizás los vivos no pueden ver, ni oír a los niños muertos, ¡Qué estúpido fui! Debe ser eso… ¡Pero no! Si yo estoy ¡vivo!, ¡¡¡y los veo y los escucho!!! ¿Qué me está pasando? Debe ser una pesadilla estúpida y sin sentido, pero ¿Por qué no despierto? A esta altura estoy un poco asustado. Todo parece tan real.
A veces tengo la sensación de que los niños me miran con complicidad… como sabiendo que estoy escondido espiándolos. Pero debe ser mi imaginación, influenciada por esta atmósfera lúgubre y aterradora… o quizás me estoy volviendo loco. Después de todo qué estoy haciendo yo aquí.
En un sobresalto salgo de mi estupefacción y entro en pánico, ¡Debo salir de aquí, debo irme ya! Salgo de mi trinchera mortuoria gritando, bañado en rayos de luna, y miradas indirectas y vacías… cómplices. Corro gritando como un loco desesperado, hacia las sinuosas rejas que delimitan el cementerio de la ciudad; sin reparar en los niños muertos, ni el cuidador del lugar. Corro sin aliento, y los cincuenta metros que me separan de la salida se hacen eternos.
Quizás fueron unos segundos, pero parecieron toda una vida. Por fin llego hasta las rejas. Son altas, demasiado altas, pero el terror me invita a saltar, y cuando estoy por hacerlo, veo a mi derecha el andar errante del cuidador. Mecánicamente, oriento mi cuerpo hacia él para explicarle que no soy un profanador de tumbas, que soy… ¿Qué soy? Pero pasa a mi lado como si yo fuese un fantasma, sin percatarse de mí.
Es medianoche, aún lo es. Quedo estupefacto por unos míseros segundos, y luego vuelvo en sí. ¡Es mi oportunidad, debo salir ya! No había tiempo para razonar. Salto desesperado hacia la reja, y escalo sus ocho peldaños horizontales y cuando ya siento el triunfote mi odisea dantesca siento una mano en mi hombro derecho. A pesar del terror que calaba en mis huesos, mi mente razonaba lógicamente (a pesar de las huestes de la locura anochecida que la carcomían), y repara en el cuidador.
Resignado me doy vuelta, con el corazón raspando mis labios y ocasionándome náuseas, para aceptar las consecuencias legales (denuncias y miles de etc.). Pero sólo encuentro a un niño muerto, uno de los que estaban en la ronda. ¡Me vieron! Pensé; ¿y ahora qué?
Alunizado, trato de zafarme, pero es inútil. La mano me impulsa hacia abajo, y caigo como plomo sobre el suelo, desde tres metros y medio de altura. ¡Fue un golpazo!, pero no sentí dolor, sino otra sensación desconocida, insoportable.
Cuando mi sentido visual logra aclararse, veo a los niños en ronda, a los niños muertos; y yo en el centro, tirado en el piso. Antes de que pueda atinar a algo, uno de ellos se acerca y me dice_: Tranquilo… tranquilo, nos ha pasado a todos alguna vez. Ahora ya sos uno más de nosotros, ya te explicaremos luego… ya luego entenderás. Por ahora tranquilo, únete a nuestra ronda, que pasarán trescientas noches más antes de volver a festejar. Luego sígueme, hoy puedes dormir en mi cuna… mañana a la tarde, ya tendrás la tuya_ La tuya… la mía…
Es medianoche…. Y hay luna llena…
Al día siguiente… “Noticias breves: un niño de seis años fue brutalmente asesinado anoche, minutos antes de medianoche, según informaron médicos forenses del nosocomio local, tras llevar a cabo la correspondiente necroscopia.
El autor del macabro hecho, sería su padrastro (según informaron fuentes policiales), quien luego de una violenta discusión familiar apuñaló a su pareja (madre del niño) para luego golpear hasta la muerte al pequeño, acto seguido se suicidad.
Los restos del niño serán depositados hoy a las diecisiete horas en el cementerio local”.

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