Estoy parada ahí, frente a una lápida fría, entre las malezas y las hierbas putrefactas que trepan las piedras corroídas por el tiempo. La húmedad penetra hasta en mis huesos, no es raro que todo se pudra en este lugar y que las bacterias se hagan un festín con el dolor de los vivos. Pero por extraño que parezca este lugar no me es hostil, porque está él, mi amado eterno, y si él está ahí no puedo más que sentir amor por ese lugar y la pudrición y fermentación resultarme abono para la vida, una vida que trasciende lo terrenal y me acerca a un estado superior.Me abrazaré a esa piedra de granito, en la cual sólo hallo la inscripción de tu nombre, como si fuera mi lecho nupcial, y sé que en la fría brisa me abrazas y me besas dulcemente, porque la muerte también puede ser fríamente dulce y acariciar el alma cuando ya el tacto no sirve para nada. No, no lloraré porque he aprendido ha a danzar y dialogar con la muerte, y tu muerte ya no existe más que para los demás que descreen de un más allá. Aquí estoy amor, al pie de tu tálamo eterno, altiva y furtiva ante el mundo que me es ajeno, esperando una respuesta de un ser supremo que me diga cuando llegará el momento de unir nuestras almas nuevamente, mientras sobre tu tumba descanso tratando de lograr una simbiosis con la húmeda, el frío, la putrefacción y está piedra que simulo es tu cuerpo.
Andrómeda

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